25 jul 2011

'La Antígona del siglo XXI': emocionante tragicomedia moderna

Fuente | Terra

'La Antígona del siglo XXI' se ha erigido, desde su humilde rincón de la Alcazaba árabe, en el espectáculo revelación de la 57ª edición del Festival de Mérida; y lo ha hecho administrando con tino los elementos que sus antecesores en el certamen se han afanado en desaprovechar: actualización textual de la mitología clásica y austeridad escenográfica; algo tan sencillo de escribir como difícil de trasladar a una puesta en escena. Sucede que, en esta ocasión, se adivina una mayor claridad de ideas a la hora de exponer el asunto y un criterio mejor definido en cuanto a los aditivos con los que se había de servir al público la propuesta.

Esta Antígona del tercer milenio cuenta con la ventaja, inestimable (e imprescindible), de apoyarse en un texto que, bajo su aparente simplicidad, esconde elevadas cargas de profundidad, por más que las referencias a los conflictos bélicos contemporáneos, a los 'indignados' del presente y algún "coño" extemporáneo inciten a creer lo contrario. Isidro Timón y Emilio del Valle han forjado, a cuatro manos, un armazón enormemente consistente para un drama clásico -contado por Sófocles y Esquilo- al que ellos convierten en tragicomedia moderna, mas no para restar ni una pizca de alcance al relato sino para abordar, desde la distancia que propician el humor y la ironía, el dolor de la injusticia provocada por el (cerril) abuso de poder.

Consigue de esta manera el tándem de autores aquello que no logró, por ejemplo, Miguel Murillo en la 'Antígona de Mérida': emocionar al espectador hurgando, sin compasión y sin complejos, en sus entrañas; recordar que la 'memoria histórica', más que un concepto legal y/o político, es un derecho natural de los hombres para saldar las (manipuladas) cuentas del pasado. Echando mano, para ello, de un lenguaje llano pero, como los buenos medicamentos, de eficacia probada, en el que los diálogos afilados y los sentidos monólogos se llevan la palma.

Del Valle es, además de coautor, director de la cosa, y su puesta en escena está plagada de aciertos: el principal, convertir el escenario de la tragedia en una pista de circo -durante la mayor parte de la función- sobre la que los protagonistas despliegan un ejercicio de funambulismo dramático al que pone el contrapunto humorístico un coro convertido en una pandilla de (militarizados) clowns que, sirviéndose de una base musical de charanga y pandereta, saca punta a los excesos del drama; igualmente acertada resulta la apuesta de convertir al ciego Tiresias en un reportero televisivo que se debate entre amplificar la pompa política o denunciar audiovisualmente las (tiránicas) atrocidades cometidas en nombre de la ley.

Pero todo lo expuesto hasta aquí sería escaso argumento para defender 'La Antígona del siglo XXI' si el trabajo no estuviera coronado por las magníficas interpretaciones de los protagonistas de la tragedia: desde el hilarante guardián/mensajero que permite a Chema de Miguel lucir sus dotes de bufón hasta la flema intransigente que Chete Lera aporta a un Creonte más humanizado que nunca; desde el (expectante y espectador) trío formado por Carolina Solas -una adorable nodriza atenuante del dolor-, Montse Díez -familiar aunque dubitativa Ismene- y Juan Díaz -firme, democrático y arrebatado Hemón- hasta la "Antígona del amor", encarnada -y aquí el verbo, en verdad, se hace (bellísima) carne- por una (casi) neófita Anna Allen que se desnuda, por dentro y por fuera, para representar el papel de su (corta) vida (artística).

[Artículo publicado en nosolomérida.es]

23 jul 2011

'El viaje de las heroidas': pretencioso viaje hacia la totalidad


En el dossier de prensa facilitado por la organización del Festival de Mérida a los medios, se sintetiza el último espectáculo estrenado en el Teatro Romano como "un viaje hacia la totalidad". Y es en esas cinco palabras, precisamente, donde queda resumida la pretenciosidad de una compañía como Karlik Danza Teatro, que ahora cumple sus dos primeras décadas de vida y a la que, generosamente, el certamen emeritense ha vuelto a ceder su escenario más importante como regalo de cumpleaños. La totalidad es cosa de dioses y, por más que se trabaje al amparo de la mitología grecolatina, no deberían olvidar los artistas autóctonos que sus limitaciones son propias de mortales.

Duele reconocerlo, pero cada vez que el cronista ve caer el (imaginario) telón tras una propuesta de la compañía extremeña -y ya van unas cuantas- siente algo parecido: admiración y decepción a partes iguales. Los espectáculos paridos por Karlik se quedan siempre en la promesa de lo que pudo ser y no fue. Cristina D. Silveira, su responsable artística, y David Pérez Hernando, encargado de la técnica y la producción, forman un encomiable tándem artístico, pero sus creaciones se caracterizan por hacer de la capa de la plasticidad un sayo: poseen un enorme talento para alumbrar imágenes de irresistible (e incontestable) belleza pero atesoran, igualmente, una irrefrenable facilidad para echar por tierra sus aciertos escénicos merced a un incomprensible gusto por el exceso y la ambición mal entendida, que lastran sus producciones sin remedio.

El pictorialismo dramático debe ir de la mano de la sustancia argumental para no quedarse en mera postal artística, y (lamentablemente) es esto último lo que sucede (habitualmente) cuando Karlik Danza Teatro firma una propuesta. En el caso que nos ocupa, 'El viaje de las heroidas', el investigador Carlos Alonso echa una mano a los responsables de la compañía para dar forma a (lo que pretende ser) un viaje por, alrededor y desde la mujer, o sea, un viaje en el que la mujer se convierta en la única protagonista de la historia (y de la Historia). Para trenzar los hilos argumentales que se confunden en el ecléctico tejido resultante, Alonso y Silveira se nutren de un puñado de textos clásicos, con Safo de Lesbos como autora referencial, que giran en torno a lo que el poeta Ovidio reunió bajo el título 'Heroidas', es decir, una colección de cartas de amor escritas por los personajes femeninos de la mitología y la literatura -Penélope, Fedra, Dido, Ariadna, Medea o Helena- a sus amados con la insatisfacción como elemento unificador.

Mas resulta que, entre acrobacia y acrobacia, entre danza y danza, se cuelan los berridos ininteligibles de Memé Tabares y las excentricidades de la música compuesta por Seidú e interpretada en directo durante la representación para tornar incomprensible y accesorio lo que debiera ser alimento para las emociones y el entendimiento. Queda reducido así, este 'viaje', a un puñado de plausibles alardes acrobáticos y coreográficos que, en cualquier caso, parecen poco aval para uno de los cuatro únicos espectáculos que podrán contemplarse en el Teatro Romano de Mérida este verano.

[Artículo publicado en nosolomérida.es]

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18 jul 2011

'Asteroide 1583' y '¿Para qué?': para nada


La taurina leyenda 'Mano a mano' ha sido la elegida por el tándem director del Festival de Mérida para agrupar tres pares de banderillas teatrales que, como la (cada vez más denostada) fiesta nacional, se desarrollan sobre la arena, aunque esta vez el albero tauromáquico ha sido sustituido por los residuos graníticos mezclados con arena lavada de cantera -encargada para la ocasión- que aglutina uno de los rincones de la Alcazaba árabe. Y mano a mano lidiarán con este marrajo dramático seis directores -y directoras, con perdón- y seis actores -y actrices, faltaría más- en las próximas semanas.

Las 'inventoras' del juguete escénico lo definen así: "Un director y una directora nacionales, un director y una directora extremeña, un director y una directora de cine, dirigen ellos a una actriz y ellas a un actor nacionales y extremeños [sic], en pequeños monólogos de media hora de duración, basados en temas o personajes grecolatinos y desde la más absoluta libertad dramatúrgica. El espectador asistirá cada noche a la representación de dos de estos monólogos". Y sí, a grandes rasgos, eso es lo que ofrecen estos seis mano a mano programados, de los que el cronista (y los escasos espectadores que acudieron a alguna de las cuatro funciones ofrecidas la pasada semana) ya ha podido contemplar los dos primeros.

Abrió por primera vez la puerta de chiqueros -es un decir- Félix Gómez, encarnando a Antíloco, un personaje secundario de la guerra de Troya, en 'Asteroide 1583', un monólogo escrito y dirigido por Amelia Ochandiano para puntualizar la historia oficial del conflicto más conocido -o no, según ella- de la antigüedad. El texto se proponía rectificar algunas líneas del relato clásico conocido en las que el protagonista desempeñó un papel capital: fue él quien informó al héroe Aquiles de la muerte de su amado Patroclo, sin ir más lejos. La letra pequeña se impuso, de esta forma, a las grandes cláusulas de un contrato ameno pero liviano.

Félix Gómez se arrimó al morlaco en una faena de menos a más, con un primer tercio algo tibio -la noche tampoco invitaba a florituras-, recuperando aliento en la suerte de varas, y gustándose a la hora de matar (o ser muerto, tanto da). Un actor en continua lucha con su acento, con la voz cascada -el cronista vio la función del sábado, última del lote-, pero elegante en las formas y sentido en el fondo. La puesta en escena de la lidia respetó las hechuras clásicas y sacó partido al ruedo árabe, convenientemente adecentado. El respetable concedió una ovación al maestro y tan contentos.

Peor resultó la faena que cerraba el cartel, protagonizada por Isabel Sánchez y dirigida por Manuel De -los riesgos del provincianismo contumaz-. Más cerca de la charlotada que de la lidia cabal, el monólogo interpretado por la actriz calamonteña ya advertía desde el título '¿Para qué? (La esclava de Andrómaca)'. Y eso se preguntaba el cronista cuando los clarines anunciaron el final de la sesión, recompensada con un sonoro silencio: ¿Para qué?

En este caso, un personaje meramente episódico de la mitología griega daba un paso al frente -y a los costados, y a todos lados, desplegando un histérico movimiento escénico- para interactuar con los espectadores y cuestionarse la utilidad del teatro, preguntando para qué se acude a un espectáculo dramático. La respuesta a tan chabacano texto, aunque nadie se atrevió a darla en público, podría ser tal que así: si por teatro entendemos propuestas como esta, para nada.

[Artículo publicado en nosolomérida.es]

13 jul 2011

'Antígona de Mérida': entre la memoria histórica y el histórico olvido


El festival de las 'antígonas', el 57º Festival (de teatro casi clásico) de Mérida, el festival femenino y feminista dirigido al alimón -aunque una críe la fama y otra carde la lana- por Blanca Portillo y Chusa Martín, arrancó el pasado viernes con la puesta de largo de 'Antígona de Mérida', que se estrenó a medio gas, con un (im)perfecto (des)equilibrio entre sus buenas intenciones y sus lamentables resultados artísticos.

Su punto de partida no podía ser más atractivo: trasladar la particular rebeldía contra la tiranía de Antígona a la resistencia popular de los avasallados rojos en la Guerra Civil española; equiparar la (vital) necesidad de la hija y hermana de Edipo de dar digna sepultura a su hermano Polinices -contraviniendo las leyes de cuando entonces- a los deseos de reconocimiento de los caídos en acto de servicio (a una patria cainita) en la mayor lucha fratricida de nuestra historia nacional. Lo que ocurre es que, por el camino, el autor del invento -el dramaturgo extremeño Miguel Murillo-, desprecia el carácter universal de uno de los más reconocibles mitos de la antigüedad reduciendo a pinceladas localistas sin capacidad de trascendencia un argumento (hasta ahora) inmarchitable. Sucede entonces que, lo que se pretende un homenaje -justo y emotivo- a la memoria histórica legislada recientemente por el decadente gobierno progresista de nuestro país, queda limitado a un esbozo premeditadamente doméstico que, mucho nos tememos, caerá en un histórico olvido.

Y duele al cronista reconocer que esto sea así, pues aprecia en la 'Antígona de Mérida' un esfuerzo ímprobo por rizar el rizo metateatral al envolver un puñado de acontecimientos reales -la entrada de las tropas nacionales en la (actual) capital extremeña en 1936 y las primeras representaciones modernas en el Teatro Romano, protagonizadas por Margarita Xirgu y dirigidas por Cipriano Rivas Cherif- en la necesaria ficción que permita al espectador la identificación absoluta con aquello que se mueve sobre el escenario. Mas sucede, de nuevo, que las causas superan a las consecuencias, y el juego (seudo)cultural se reduce a unos cuantos guiños para (grandes) conocedores de la (intra)historia del Festival de Mérida que, en el mejor de los casos, mantiene tibia la temperatura emocional del resto de ocupantes de la cavea.

Tampoco ayuda demasiado a que la cosa remonte el vuelo el elenco artístico: Bebe, cuyo personaje -Margarita- es un (in)disimulado homenaje a la (re)descubridora del Teatro Romano, encarna con su desgana ordinaria a la protagonista del artefacto (melo)dramático; Helio Pedregal aprueba por los pelos -las tablas le salvan de la quema- en su doble papel de capitán de los ejércitos y de tiránico Creonte; Celso Bugallo no atina a la hora de afrontar al personaje más adorable de la obra, el maestro (republicano) don Dimas, al que ofrece una voz apagada y trastabillada que impide mayor empatía; y Pepe Viyuela borda -aunque rozando la sobreactuación- el tragicómico tándem, ciego de cuatro ojos, que atiende por Prudencio y por Tiresias. Su trabajo es lo único destacable de una función en la que la nueva directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Helena Pimenta, rebaja, de manera alarmante, el nivel de sus aplaudidas puestas en escena 'shakespeareanas' -¿qué pinta el caballo blanco de Santiago (y cierra España) cruzando la escena sin motivo? ¿por qué siempre 'Suspiros de España' para ilustrar musicalmente la guerra (in)civil? ¿por qué siempre los nacionales son arquetípicamente animalizados y los republicanos elevados a los altares del ateísmo, con perdón? ¿por qué siempre la misma cantinela? ¿por qué?-.

[Artículo publicado en nosolomérida.es]

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