Fuente | pererzreverte.com
Las ansias clasificadoras de los gurús culturetas de nuestra península histérica se están dejando escapar vivo al más noble y honesto de los narradores y columnistas nacionales. La indefinición política de Arturo Pérez-Reverte, o más bien su desmedido afán de atizar mandobles dialécticos a diestro y siniestro, (man)tienen descolocada a la plebe mediática, que anda como loca sin saber a qué carta quedarse ante el monarca de las letras españolas -dicho sea sin retranca, por dios, por la patria y el rey-. Sea como fuere, el caso es que el clasicómano escritor murciano va camino de convertirse en la posmoderna mosca cojonera por antonomasia de nuestra nunca bien ponderada nación.
Sus méritos pueden rastrearse, desde hace (la friolera de) veinte años, en las páginas de lo que ahora ha dado en llamarse XLSemanal, es decir, el suplemento del grupo Vocento que distribuyen en la actualidad 25 diarios nacionales. Su Patente de corso, recopilada además en cuatro tomos librescos -hasta la fecha-, se instaló de manera ordena hace ya algún tiempo en la red, convirtiéndose en parada (y fonda) obligada para todos aquellos espíritus lúcidos condenados de por vida a seguir los pasos de las gemelas Historia -con mayúsculas, nombres y apellidos, fechas y toda la pesca- e historia -anécdotas y detalles que elevan lo particular a universal, mayormente-.
La rabia rojigualda de Pérez-Reverte se desata de ordinario en su reserva espiritual, como muestra su última andanada, soltada a cuenta del bicentenario de la batalla de La Albuera, celebrado ayer a escasos kilómetros del lugar desde donde tecleo ahora mismo: tanto, que casi puedo oler aún la pólvora de la descarga emocional.
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