1 may 2011

Lecturas imprescindibles (8): Salvador Giner. El porvenir del trabajo

Fuente | Rebelión

En el Día Internacional de los Trabajadores, el sociólogo Salvador Giner, a la sazón presidente del Institut d'Estudis Catalans, reflexiona en El Periódico de Catalunya sobre aquello que los criminales (nazis) decretaron (a la fuerza) como el instrumento liberalizador de los hombres:

"Nuestros tiempos han visto cómo el trabajo como castigo se transformaba en el mayor deseo posible para la inmensa mayoría. (La palabra 'trabajo' viene del latín 'tripalium', la tortura de los tres palos, que se imponía a los esclavos díscolos en tiempos romanos; viene de la lengua popular; es como si currar, en el castellano o el catalán de hoy, se irguiera con el tiempo en palabra culta.) Con el aumento descomunal del paro en países como el nuestro, tener trabajo es lo esencial. A cualquier precio. Los mismos que hace un par de años se quejaban de ser mileuristas, ahora callan: lo más esencial es tener alguna ocupación remunerada, aunque sea por debajo del simbólico 1.000 y por encima de lo que ofrezca la Seguridad Social a los parados).

La dicotomía ricos/pobres ha sido sustituida hoy por la separación entre los que tienen ocupación y los que no la tienen, sin que hayan desaparecido, mientras, ni los ricos ni los pobres. Por eso sorprende que las frecuentes especulaciones sobre la mudanza muy seria que ha sufrido la naturaleza misma del trabajo humano en las sociedades capitalistas avanzadas olviden este hecho elemental. Hablan de la transformación del trabajo en nuestro tiempo, donde los ordenadores y las siempre nuevas tecnologías intervienen para darle una nueva textura a la tarea y exigen nuevas servidumbres a quienes la realizan. Constatan cómo hoy el acceso a ciertos bienes -vacaciones, sueldos elevados, servicios selectos de salud, educación superior- es más importante que la mera propiedad de bienes, a la antigua. Prestan atención a las enfermedades emergentes en la nueva vida laboral, sobre todo a las psíquicas. Y así sucesivamente. Todo esto está muy bien, y apunta hacia el advenimiento de una nueva concepción del trabajo humano.

Aunque no siempre ignoran el subproletariado de inmigrantes desesperados -ahora hacinados en la minúscula Lampedusa y desperdigados por todas partes, desde la frontera de Arizona y California con México hasta los suburbios de París-, el énfasis de estos presuntos expertos en el estudio del trabajo lo es en las tareas de la clase media o en aquellas propias de las clases obreras -algunas bastante prósperas- para ignorar casi siempre a los humillados y ofendidos, si me permiten una alusión oblicua a Fiodor Dostoievski. Es hacia ellos hacia quienes uno debería dirigir una mirada de infinito cariño el día Primero de Mayo.

Ahora está ferozmente de moda por toda Europa un buen panfleto. Remedando al Manifiesto comunista, que nadie lee, diríase que 'un panfleto recorre Europa'. El panfleto transformado en best-seller invita a la gente a indignarse contra las injusticias de este mundo. Bien está que alguien -un anciano impaciente, Stéphane Hessel, un antiguo luchador contra el fascismo- confíe tanto en una ciudadanía narcotizada como para esperar que se despierte y hasta se levante. Pero, aunque propone unos pocos objetivos, centra su atención en la indignación moral. Pues bien, esta no sirve, aunque sea esencial en un momento inicial. Lo que sirve de veras mucho más que la manifestación masiva de nuestro disgusto por lo mal que está el mundo, o lo canallas que son algunos -como los financieros sin escrúpulos que han originado esta recesión económica- es saber organizarse, y hacerlo precisamente en el campo al que hoy dedico atención desde este rincón: el del trabajo. Bien está que haya sindicatos y otros colectivos de protección -aunque estén más interesados en mantener el sistema y continuar en él que otra cosa-, pero mejor estaría si nos esforzáramos por modificar lo que, junto al pensamiento, nos hace más humanos: el trabajo.

La promoción de la democracia industrial, la creación y desarrollo de cooperativas de producción, el control democrático del creciente peligro medioambiental, la promoción efectiva de la justicia en la distribución de tareas: esos son los objetivos que podrían permitirnos transformar nuestra vidas. Si en vez de ello, lo único que hacemos para celebrar o recordar vagamente lo que significa (o significaba) el Primero de Mayo es degradarlo a la condición de fiesta laica de guardar, a conmemoración inocua, la cosa tal vez no valga la pena. O la vale solo para ahorrarnos una jornada de trabajo, si tenemos la suerte de que no caiga en domingo. Que esta vez, ¡ay!, no es el caso".

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