17 may 2011

Lecturas imprescindibles (11): Julian Baggini. Toda la verdad

Fuente | Prospect

Me fascina la verdad. Y me espanta que algunos profetas (aparentemente) bienintencionados nieguen su existencia. Por eso me encanta leer (y reflexionar) acerca de la (inagotable) cuestión; y por lo mismo creo imprescindible la lectura del artículo publicado en Prospect por el filósofo británico Julian Baggini en el que se regodea, con gusto (y tino), en la pertinencia de una aseveración tan vetusta como "toda la verdad":

"Es irónico que las mismas reglas del lenguaje no parlamentario que prohíben a los parlamentarios llamarse mentirosos los unos a los otros también prohíban calificar a otro miembro de 'borracho'. Los miembros tienen prohibido acusar a otros de no decir la verdad en algunos casos, y después están obligados a ocultar la verdad en otros.

No hay nada más común que la inconsistencia y la confusión respecto al imperativo de no decir una mentira. Mientras que 'mentiroso' es universalmente un término de oprobio, casi todos admiten que el mundo social dejaría de girar sin un buen esparcimiento de mentiras piadosas, medias verdades, y evasivas.

[...] Tal como yo lo veo, la clave está en reconocer que mentir es un problema por aquello que deja de ser: decir la verdad. Y si mentir es un asunto complejo, es porque la verdad también lo es. Así que una vez que llegamos a la verdad sobre mentir, ya nos encontramos en un vertiginoso enredo de ideas. Por dar un ejemplo, ahora mismo podría prometer decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. El problema es que a veces decir la verdad no tiene sentido, decir la verdad es imposible o quizá haya otras cosas aparte de la verdad que también importan. Así que si seguía con ni una sola mentira más, la propia promesa ya habría sido una.

El problema de decir 'la verdad' empieza con el artículo definido, porque siempre hay más de una forma de dar un relato o descripción verdaderos [...].

Esto también sucede con muchos abogados, que siempre instruyen a sus clientes para que digan solo cosas ciertas, pero dejen a un lado cualquier cosa que pueda incriminarles. Esto expone la diferencia entre una forma verdaderamente moral de pensar y una especie de sustituto legalista. El pensamiento legalista solo pregunta: '¿qué tengo permitido hacer?' mientras el pensamiento verdaderamente moral pregunta '¿qué sería lo correcto hacer?'. [...] Las formas morales de pensamiento están siendo sustituidas cada vez más por las legalistas. Pensamos más en nuestras facultades jurídicas, nuestros derechos y nuestras obligaciones estrictamente legales y menos en lo que se requiere para ser una buena persona.

Los códigos morales que recalcan la acción de eludir la mentira son más legalistas que las morales, porque acaban centrándose en la cuestión técnica de si una alegación es verdadera o falsa, no en el problema moral de si está siendo veraz de una forma apropiada. No decir mentiras se convierte en una virtud en sí misma cuando, como mantenía el filósofo Bernard Williams en Verdad y Veracidad, hay dos virtudes positivas de la verdad, y cada una es en cierto modo compleja. A la primera la llama precisión, a la segunda sinceridad. La gente que pide que jamás mintamos no solo descuida la segunda; también tiene una pobre comprensión de la primera. Decir que la verdad requiere precisión no significa simplemente que todo lo que digas deba ser cien por cien correcto, sino que debe incluir todas las verdades relevantes. [...] La precisión nos obliga a decir lo suficiente para obtener una imagen precisa: no decir mentiras solo nos obliga a asegurarnos de que lo que decimos no es falso.

La segunda virtud de la verdad, la sinceridad, no se requiere para nada en el caso de los 'evitamentiras'. La sinceridad concierne al serio deseo de decir lo que verdaderamente piensas y lo que verdaderamente hay [...].

El énfasis de Williams en las virtudes de la verdad es por tanto mucho más valioso que los énfasis legalistas en los vicios de mentir. Demuestra que la veracidad -toda la verdad, si se prefiere- requiere más que decir cosas ciertas, y reconocer a la vez que, de todas formas, no existe realmente algo como 'toda la verdad'. La revelación plena nunca es posible. La veracidad es en gran medida una cuestión de decidir qué es razonable no dar a conocer.

No obstante, incluso el relato de Williams deja fuera algo más que es muy importante: la cuestión de si la verdad triunfa siempre o no sobre otras virtudes. 'Nada más que la verdad' es una máxima equivocada si las otras cosas aparte de la verdad importan más. Los ejemplos más obvios son los de la cortesía y la preocupación por los sentimientos de la gente, donde la amabilidad importa más que la revelación de la plena y cruda verdad. Pero incluso aquí hemos de ser cuidadosos. Existe el riesgo de reconsiderar qué es mejor para la gente, o lo que pensamos que son capaces de manejar. Normalmente, es mejor dejar a la gente que saque sus conclusiones en función de los hechos. Ocultar la verdad por el beneficio de otros está a veces justificado, pero a menudo solo reduce su autonomía. Esto es en lo que Kant acertaba cuando afirmó que mentir viola la dignidad del hombre.

A veces, podemos estar justificados para mentir a los otros también por nuestra propia dignidad [...].

Incluso cuando afecta a asuntos que pertenecen verdaderamente al dominio público, deberíamos preguntarnos si preferiríamos que los políticos dijeran simplemente la verdad. ¿Sería de verdad inteligente que un primer ministro anunciara, cuando estallase una crisis, que en verdad nadie sabe todavía qué ha pasado ni que tenga una pista de qué hacer a continuación? El liderazgo en una crisis puede requerir proyectar más calma y control que el que está tras las puertas cerradas. Una mayor honestidad en la política sería ciertamente algo bueno, la completa honestidad sería probablemente desastrosa.

Pero quizá el más interesante contra-ejemplo de las virtudes gemelas de sinceridad y precisión fue el propuesto por el sociólogo Steve Fuller, que ha sido largamente condenado por sugerir que la teoría del diseño inteligente merece ser escuchada. Muchos de los colegas de Fuller saben que él es un tipo inteligente, y no pueden entender por qué persiste en este tipo de argumento. [...] La idea de que nadie debería decir lo que realmente piensa es un sinsentido narcisista, decía. La función del intelectual es decir lo que cree que es más necesario decir en un momento dado en un debate, no rendir testimonio de sus convicciones más profundas.

Aunque esto podría implicar un cierto fingimiento, sirve mejor a la causa de establecer la verdad a largo plazo que decir simplemente la verdad tal como la ves. Lo que importa es cómo lo que uno diga ayude a construir la verdad más amplia y expansiva, no si como ingrediente distinto es más o menos verdadero que otro.

Encuentro el argumento de Fuller muy convincente. [...] En el caso del diseño inteligente, creo que Fuller está afilando la navaja equivocada, y peligrosa, de hecho. Pero la idea de que el consenso contemporáneo necesite que se agite un poco su adormilamiento dogmático no es tan estúpido, y tal vez justifique una suspensión de la sinceridad en aras de llevar más allá el debate.

Hay, por tanto, numerosas razones por las que mentir no siempre está mal, y por las que decir la verdad no siempre es la prioridad principal. No obstante, es vital recordar que -al final- la verdad importa. Se podría inventar una situación hipotética en la que tuvieramos que elegir entre mentir o crear miseria para toda la humanidad, pero hasta que, y a menos que, lleguemos alguna vez a tales panoramas, la mayoría de nosotros valora la verdad, y nos desagrada la mentira. La verdad debería ser lo predeterminado; mentir, una excepción que requiere una justificación especial.

[...] Podemos no ser las únicas criaturas que tienen una 'teoría de la mente' -la capacidad de ver el mundo desde el punto de vista de los otros- pero lo cierto es que somos la especie en que esa capacidad está más desarrollada. Es precisamente por esto por lo que surge la posibilidad de la mentira. Podemos mentir solo porque entendemos que los otros pueden estar hechos para ver el mundo de otra forma de la que nosotros sabemos que es.

Pero la teoría de la mente también está conectada con otra capacidad humana: la empatía. Como defendían Adam Smith y David Hume mucho antes de que la psicología moderna reforzara sus argumentos, nuestra capacidad para entender cómo se sienten otras personas es lo que hace posible la moral. La comprensión emocional es lo que rige la regla de oro: simplemente imaginar cómo sería sufrir una maldad nos enseña por qué está mal. Y lo mismo pasa con ser mentido. De esa forma, nuestra capacidad para asumir el punto de vista de otro es lo que hace posible mentir y lo que nos da una razón para no hacerlo, no habitualmente, al menos".

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