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Desde siempre -desde que el uso de la razón me permitió dar rienda suelta a las emociones- he disfrutado tanto al Leonard Cohen cantante como al Leonard Cohen poeta, indisoluble amalgama con la que su ejemplo eleva el (manido) término cantautor a la categoría de imprescindible. Desde antiguo, sus libros -las novelas editadas en bolsillo por Ediciones B y su poesía (casi) completa recogida en Visor y coronada en Lumen- han compartido espacio con sus discos -del inaugural 'Songs of Leonard Cohen' al (pen)último 'Songs from the road'- en las distintas estanterías que han forrado mis sucesivos estudios aquí y allá. La letra (y la música) del bardo canadiense me ha acompañado en los malos (y en los peores) momentos; y en los buenos (septiembre de 2009, por ejemplo), he gozado del privilegio de asistir en directo a una de sus (impagables) ceremonias públicas, en las que una legión de fieles era capaz de emocionarse en perfecta comunión al son de melodías tan legendarias como 'Famous blue raincoat', 'Hallelujah' o 'The future'.
Hoy, un nutrido y valiente jurado ha acordado por mayoría "conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011 al poeta y novelista canadiense Leonard Cohen, por una obra literaria que ha influido en tres generaciones de todo el mundo, a través de la creación de un imaginario sentimental en el que la poesía y la música se funden en un valor inalterable. El paso del tiempo, las relaciones amorosas, la tradición mística de Oriente y Occidente y la vida contada como una balada interminable configuran una obra identificada con unos momentos de cambio decisivo a finales del siglo XX y principios del XXI".
De esta forma, al (popular) aplauso unánime que su música lleva años recibiendo, se une el reconocimiento institucional a su literatura (musicada o no): un (justo y pionero) premio del que los capitostes del Nobel deberían tomar buena nota: literatos bastardos como Dylan o Allen aguardan.
Fuente | Rockdelux
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