10 abr 2011

Mis muertos más frescos (1): Sidney Lumet


Fuente | RTVE

El director de cine Sidney Lumet falleció ayer, a los 86 años, en su domicilio de Manhattan. "Si bien el objetivo de todas las películas es entretener, yo voy un paso más allá. En mis películas se obliga al espectador a examinar un aspecto u otro de su propia conciencia", dijo en cierta ocasión el autor de filmes inolvidables como '12 hombres sin piedad' (1957), 'Punto límite' (1964), 'Supergolpe en Manhattan' (1971), 'Serpico' (1973), 'Tarde de perros' (1975), 'Network' (1976), 'El príncipe de la ciudad' (1981), 'Veredicto final (1982) o 'Antes que el diablo sepa que has muerto' (2007).

El escritor (y cineasta) Ray Loriga despide al retratista del lado oscuro desde las páginas de El País: "Los boxeadores mexicanos, que son los más peleones entre los boxeadores peleones de este mundo, suelen llamar al lugar del cuadrilátero donde uno nunca descansa, donde se pega y se encaja de veras, la esquina del dolor. En ese sagrado lugar decidió poner siempre el gran Sidney Lumet no solo su cámara sino también, y además, sus ideas.

Ni que decir tiene que esa esquina no asegura la victoria, si acaso, o tal vez con mucha suerte, la dignidad de la pelea.

El rostro de Al Pacino en 'Tarde de perros' nos dice que el intento era insensato pero que las causas eran nobles, y así, con esa llama en el alma, se puede tratar de encender el fuego de vivir. A partir de ahora y sin Sidney Lumet será más difícil tratar de calentarse las manos.

Muerto Lumet muertos todos, cabría decir para quienes hemos aprendido a ser lo poco que somos en los márgenes de su inmenso talento y lo que es aun más importante, en los márgenes de su tremenda compasión. No hay otra palabra, como bien sabía Lumet, que nos acompañe tan dulcemente mientras tratamos de decir lo mucho de bueno que se puede contar todavía de los muertos sin suerte.

Lumet lo hizo todo y todo bien, aventuró el futuro en 'Network' y comprendió el pasado, su corrupción y la corrupción de todas nuestras culturas, y viajó con elegancia en todos los trenes vigilados, o no, y por si nos faltase algo nos regaló la última y más noble derrota y victoria de un Paul Newman que ya no era el juguete de su industria, sino un hombre, como cualquiera, y por lo tanto, mucho más importante. Por si eso fuera poco escribió el libro que considero más sensato para quiénes pretendan ser alguna vez directores de cine, Making Movies, y casi se excusó por ello. Porque como todo en Lumet, no había ni un síntoma de arrogancia en su enorme clarividencia.

Su obra, su vida, el recuerdo de quienes tienen la suerte de recordarlo, elevan a Lumet a una condición que supera con creces la condición del artista, sin abandonarla.

Lumet era algo que otros no podremos ser nunca, un gran director de cine, y otra cosa aun más lejana e imposible, un buen hombre.

Y lo hizo todo enredado en una exquisita elegancia y sin dejar nunca de pelear en la esquina del dolor".

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