Fuente | Festival de Mérida
Lo siento pero no fui capaz de 'juntar coraje' para acudir a ninguno de los dos recitales con los que Álex Ubago inauguró la semana pasada la serie de 'Microconciertos' que la Alcazaba árabe acoge durante este mes de agosto dentro de la ecléctica programación del 57º Festival de Mérida. Con Miguel Poveda, en cambio, no ha hecho falta armarse de valor: la apuesta era sobre seguro. Anoche desplegó su arte -y hoy volverá a hacer lo propio- de manera magistral en un mano a mano insuperable junto al compositor, arreglista, director de orquesta y, en esta ocasión, pianista, Joan Albert Amargós, que se ha convertido en el más fiel escudero del 'quijote' del cante del siglo XXI de un tiempo a esta parte.
La propuesta fue bautizada como 'La bien amada' y, para no desentonar con la columna vertebral de la presente edición del certamen emeritense, la mujer se convirtió en el eje alrededor del que giró la casi totalidad de las piezas interpretadas. Hubo un poco de todo: con las sobresalientes 'Coplas del querer' como surtidor principal pero bebiendo igualmente de otras etapas de una discografía que ya supera los tres lustros de vida, Poveda fue desgranando, ante un público irrespetuoso y desinformado pero entregado, todo lo que se esperaba de él: no faltaron las ineludibles 'Ojos verdes', 'Rocío', 'La bien pagá' o 'En el último minuto', de su último y aclamado doble cd; ni otras coplas escondidas en trabajos previos, como 'La niña de fuego' o 'Te lo juro yo'; ni la sempiterna 'Y sin embargo', que abrió la noche; ni la estremecedora 'A ciegas', que cerraba 'Los abrazos rotos' de Almodóvar. Mas también hubo lugar para las sorpresas: un fandango a pelo; un chapuzón en 'Los mares de China' de Zenet, del que rescató una estrofa de 'Soñar contigo' por petición popular; una bellísima 'Cançó del bes sense port', extraída de su 'Desglaç' de poesía catalana; y un broche de oro con su versión del capital 'No volveré a ser joven' de Jaime Gil de Biedma. Por el camino, también hubo tiempo de detenerse en el bolero -'Piensa en mí', de Agustín Lara, incluido-, sin duda lo menos lucido de un (de cualquier modo) arrebatador repertorio.
La larga hora que duró el invento sirvió para constatar que, ascendidos a los altares de lo gloria ausente Camarón y Morente, el cante del siglo XXI tiene dueño: Miguel Poveda. Muy lejos aún de los riesgos asumidos por sus antecesores en el trono flamenco, el cantaor charnego hace gala, sin embargo, de una inquebrantable curiosidad artística que le está llevando a picotear en todas las flores que el jardín melódico ofrece, y su vocación flamencóloga le permite encarar sin prejuicios la (intra)historia de un género desbordado por sus ramificaciones hasta convertirse en patrimonio (oficioso primero, oficial por fin) de la humanidad.
En Mérida se presentaba con el acompañamiento del piano de Amargós y con el parapeto del pie de micro, del atril auxiliar y de un banco alto que no pasó de mero espectador. Pronto sobraron los artilugios dispuestos cual barricada en un recogido escenario por el que Poveda se desenvolvió con esa inconfundible mezcla de artista cabal y posmoderna estrella pop en la que los medios y el público lo han convertido, sin esconder su complicidad con el acompañante que le lleva de la mano a la gloria musical y demostrando un perfecto equilibrio entre la modestia del joven que aún es y el descaro que los de su generación -que es la mía- llevan de serie.
[P.S.: Dicho lo cual, y perdón por la ordinariez: "manda huevos" -'trillada' expresión- que el mejor espectáculo de un festival de teatro clásico grecolatino sea un recital de copla y bolero]
[Artículo publicado en nosolomérida.es]
Fuente | Festival de Mérida
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