Fuente | RTVE
Fue bautizado con nombre de (filósofo) clásico y, aunque optó por la medicina, enarboló la bandera de la democracia hasta el fin de sus días. Dotado de piernas interminables y pies diminutos, se distinguió del común de los futbolistas brasileños por una elegancia descomunal. La justicia deportiva le fue adversa y su selección chocó en sendos mundiales del 82 y el 86 con la racanería (Italia) y con el mito (Maradona). Sació su sed de títulos con alcohol y el líquido elemento lo deterioró a marchas forzadas. Hoy ha muerto el jugador que elevó el taconazo a categoría de arte: la única huella indeleble que dejó en mí el mundial doméstico que viví, de pequeño, imbuido en el cítrico espíritu de Naranjito.
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