Fuente | Terra
'La Antígona del siglo XXI' se ha erigido, desde su humilde rincón de la Alcazaba árabe, en el espectáculo revelación de la 57ª edición del Festival de Mérida; y lo ha hecho administrando con tino los elementos que sus antecesores en el certamen se han afanado en desaprovechar: actualización textual de la mitología clásica y austeridad escenográfica; algo tan sencillo de escribir como difícil de trasladar a una puesta en escena. Sucede que, en esta ocasión, se adivina una mayor claridad de ideas a la hora de exponer el asunto y un criterio mejor definido en cuanto a los aditivos con los que se había de servir al público la propuesta.
Esta Antígona del tercer milenio cuenta con la ventaja, inestimable (e imprescindible), de apoyarse en un texto que, bajo su aparente simplicidad, esconde elevadas cargas de profundidad, por más que las referencias a los conflictos bélicos contemporáneos, a los 'indignados' del presente y algún "coño" extemporáneo inciten a creer lo contrario. Isidro Timón y Emilio del Valle han forjado, a cuatro manos, un armazón enormemente consistente para un drama clásico -contado por Sófocles y Esquilo- al que ellos convierten en tragicomedia moderna, mas no para restar ni una pizca de alcance al relato sino para abordar, desde la distancia que propician el humor y la ironía, el dolor de la injusticia provocada por el (cerril) abuso de poder.
Consigue de esta manera el tándem de autores aquello que no logró, por ejemplo, Miguel Murillo en la 'Antígona de Mérida': emocionar al espectador hurgando, sin compasión y sin complejos, en sus entrañas; recordar que la 'memoria histórica', más que un concepto legal y/o político, es un derecho natural de los hombres para saldar las (manipuladas) cuentas del pasado. Echando mano, para ello, de un lenguaje llano pero, como los buenos medicamentos, de eficacia probada, en el que los diálogos afilados y los sentidos monólogos se llevan la palma.
Del Valle es, además de coautor, director de la cosa, y su puesta en escena está plagada de aciertos: el principal, convertir el escenario de la tragedia en una pista de circo -durante la mayor parte de la función- sobre la que los protagonistas despliegan un ejercicio de funambulismo dramático al que pone el contrapunto humorístico un coro convertido en una pandilla de (militarizados) clowns que, sirviéndose de una base musical de charanga y pandereta, saca punta a los excesos del drama; igualmente acertada resulta la apuesta de convertir al ciego Tiresias en un reportero televisivo que se debate entre amplificar la pompa política o denunciar audiovisualmente las (tiránicas) atrocidades cometidas en nombre de la ley.
Pero todo lo expuesto hasta aquí sería escaso argumento para defender 'La Antígona del siglo XXI' si el trabajo no estuviera coronado por las magníficas interpretaciones de los protagonistas de la tragedia: desde el hilarante guardián/mensajero que permite a Chema de Miguel lucir sus dotes de bufón hasta la flema intransigente que Chete Lera aporta a un Creonte más humanizado que nunca; desde el (expectante y espectador) trío formado por Carolina Solas -una adorable nodriza atenuante del dolor-, Montse Díez -familiar aunque dubitativa Ismene- y Juan Díaz -firme, democrático y arrebatado Hemón- hasta la "Antígona del amor", encarnada -y aquí el verbo, en verdad, se hace (bellísima) carne- por una (casi) neófita Anna Allen que se desnuda, por dentro y por fuera, para representar el papel de su (corta) vida (artística).
[Artículo publicado en nosolomérida.es]
Fuente | Festival de Mérida
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