26 sept 2011

La (eterna) censura

Fuente | Guerra Eterna

Ha sido, sin lugar a dudas, una de las noticias más graves que los españoles hemos recibido en nuestra (todavía) joven e (in)madura democracia: el deseo (público) del poder político (¿y sindical?) de meter mano en la información de servicio (público). Y no precisamente porque dicho deseo supusiera ninguna novedad: a estas alturas los sufridores pasivos de las (des)informaciones -manipulaciones, mentiras, publicidades y propagandas- enmascaradas 'inocentemente' bajo la careta pública estamos más que habituados -¡qué remedio!- a que los gobernantes (supuestamente) democráticos intenten manejar nuestras conciencias a su antojo. La diferencia con lo acontecido en los últimos días es que, hasta ahora, el mangoneo comunicativo se producía en la sombra, sin que hubiera pruebas (irrefutables) del delito. Pero la pasada semana los consejeros de la radiotelevisión pública nacional fueron un paso más allá y se atrevieron a manifestar abiertamente sus ansias controladoras, que en otro tiempo se concentraban en una institución (más o menos) oficial denominada censura. La dictadura de la información, por consiguiente, estuvo a punto de imponerse en pleno siglo XXI y, en el amago, quedaron retratados, una vez más, los principales partidos políticos y sindicatos españoles, a pesar del paripé subsiguiente.

Da igual que hablemos de corrupción, de censura, de mentira... Al cabo, las estrategias se repiten y cada cual sigue, con ligeras variaciones, el ideario que marca su ideología y la (nefanda) interpretación que de ella realizan sus coyunturales dirigentes y/o representantes. Conviene tenerlo en cuenta, ahora que esos siniestros personajes vuelven a reclamarnos para acudir a las urnas: todos son malos -malísimos- pero los hay aún peores, aunque las encuestas parezcan hacer caso omiso a la cruda -crudísima- realidad.

El culebrón de episodios atropellados que se ha vivido estos días en España me ha recordado, por desgracia, que la profesión que elegí hace ya algunos años -y que abandoné, aún no sé si del todo, hace ya algunos meses- está tan viciada que resulta imposible ejercerla de manera independiente. Te cuento: hace algún tiempo sufrí los estragos de los intentos de imposición (des)informativa y opinativa en los distintos puestos de responsabilidad que ejercí de manera interina y fugaz: públicos y privados, jefatura, asesoría y dirección, para más señas. Tanto en unos como en otros se repitieron las mismas estrategias para reconducir un discurso, el mío, que amenazaba gravemente -es un decir- la estabilidad local y regional. En todos los casos el acosador respondía a unos rasgos comunes: individuo gris, acomplejado, venido a menos y con un (in)disimulado afán recaudador que le asegurara una jubilación digna o un porvenir desahogado. En dos los casos me quité del medio cuando estuve a tiempo; en uno me quitaron antes de que mi capacidad de reacción diera señales de vida.

Ahora vivo (más o menos) alejado del mundanal ruido en el que se ha convertido una de las profesiones más ingratas que ejercerse puedan: si no se cumple con los códigos que rigen su práctica, malo; si se siguen a rajatabla, peor.

Fuente | YouTube

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