Fuente | El País
Seguí el (mal llamado) debate con la misma (escasa, resignada) atención que en anteriores ocasiones. Me sacó del hastío una amistosa carcajada (recibida a modo de sms) cuando el duelo dialéctico ya había desenmascarado a uno y otro contendientes. Mi respuesta inmediata fue: "El tonto de la clase, for president!". Porque sí, tal y como yo lo ví (y lo veo), el (denominado) debate enfrentaba al tonto con el listo (más bien listillo) de la clase; y, a las primeras de cambio, el rol que desempeñaban -y han desempeñado toda su vida- quedó al descubierto. La lamentable moraleja del asunto es que, en el estado de cosas que se encuentra el mundo y, más concretamente, esta parcela a la que llamamos España, no nos sirve ni el tonto -dicen que miró 585 veces los papeles para poder articular su atropellado y vago discurso- ni el listo -tan acostumbrado al sobresaliente que cambió su papel de examinado por el de examinador-. Así nos luce el pelo -teñido o escaso, según el candidato- y así nos lucirá en el futuro inmediato -pluscuamperfecto lo predijo el otro día, con retranca 'a la gallega', Felipe González-.
Tanto da que optemos por el cambio interno -el continuismo socialista- o el cambio externo -la necesaria alternancia popular que (nos) tocará sufrir de cuando en cuando-: nuestra península histérica no es más que un guiñol manejado por un puñado de poderes supranacionales -instituciones, bancos, medios de comunicación- en el que lo más que se puede hacer es seguir la corriente de los ríos más caudalosos para evitar que nuestro patio termine convertido en un desierto en el que morir de sed.
Dicen los que saben que tanto Rajoy como Rubalcaba mintieron en el debate: ¡agudo descubrimiento, a la par que novedoso! Ninguno osaría decir la verdad de sus intenciones y, sobre todo, de sus posibilidades, y esperar votos a cambio. Representan distintas maneras de hacer lo mismo: faltando a sus respectivas ideologías, a sus principios y a su palabra. Lo grave es que ni siquiera queda lugar para el (mínimo) consuelo de que nos gobierne el menos malo. Rajoy, con su cara de nadie, su cerebro yermo y su argumentario de perpetuas vacaciones, a quien no se le conoce ni una sola opinión (in)formada sobre los asuntos capitales, será (si nada lo remedia) el próximo presidente de nuestra aún inmadura democracia; y todo lo que demandamos con ahínco desde el pasado 15 de mayo quedará aplazado hasta mejor ocasión.
Fuente | Página|12
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